#3 Sobre May Sarton o de cómo construirse (en) la vejez
Una lectura de sus diarios. Sobre la vejez y la muerte y la escritura también. Subrayados.
A May Sarton llegué hace demasiado poco, cuando unas semanas atrás visité una de mis librerías preferidas. En la mesa de novedades había una pila con sus libros, arriba de todo el más nuevo, ‘La casa junto al mar’ (Gallo Nero Ediciones). El título que me llamó la atención, sin embargo, fue el que estaba debajo de ese: ‘Diario de una soledad’.
Compré los dos sintiendo que Diario de una soledad me sonaba de algún lado, tal vez era, pensé, de esos libros que circulan en las redes sociales y que de tanto circular se invisibilizan, pero después hablando con mi amiga Gretel, librera también, me recordó que ella lo había comprado en la última Feria del Libro. Dejenme decirles: Libro que lee Gretel, libro al que le presto atención.
(Me siento afortunada de tener tan cerca mío lectores excepcionales que me deslumbran siempre con nuevas lecturas).
Empecé con Diario de soledad, seguí con el otro y después me descargué todo lo que pude conseguir de ella. En demasiado poco tiempo, dije, quedé completamente absorbida por el universo Sarton.
De ella puedo empezar diciendo que nació nació en 1912 en Bélgica y murió en 1995 en Estados Unidos, país en el que vivió la mayor parte de su vida. Exploró en su escritura distintos géneros: novelas, poesía, literatura infantil, ensayos, diarios. Publicó más de 50 libros.
¿Cuáles fueron mis claves de lectura, esos rasgos de sus diarios en los que más reparé? Su forma de registrar el paso del tiempo en su propia vida, su forma de prepararse para la vejez y la muerte, la manera de percibir la escritura y las distinciones que hace entre escritura e industria del libro.
Entonces acá va.
Sobre la soledad y la vejez
Construirse en la soledad para poder construir la vejez para construir, finalmente—ecos de Rilke—la muerte propia. Ese pareciera ser el trabajo al que dedicó su vida May Sarton y cuyo progreso vemos retratado en los últimos diarios que escribió.
“Hacerse viejo. ¿Qué es lo contrario en este caso de hacerse?, me pregunto. ¿Acaso deshacerse, en el sentido de consumirse, apagarse? Asumo que es muy fácil consumirse en la vejez y difícil hacerse, en el sentido de formarse, crecer en ella”.
¿Cómo se forma, entonces Sarton, de cara a la vejez?
Escribe Diario de una soledad cuando tiene 58 años. En ese entonces vive sola junto a un perro y un loro en una casa en Nelson, un pueblo en Nueva York. Llena la casa de todo tipo de flores de colores, y muy pronto en su lectura entenderemos que las flores resultan ser un componente central en su vida— “esta casa se muere cuando no hay flores”, sentencia—, no puede vivir sin ellas.
Ya es una escritora reconocida que recibe cartas de lectores que le demandan prontas respuestas. Pasa sus días respondiendo las cartas—a veces con un sentido de obligación que la irrita—, escribiendo su diario y trabajando, cuando el clima lo permite, en su jardín. En un momento escribirá:
“En la jardinería la puerta a lo sagrado (nacer, crecer, morir) siempre está abierta. Cada flor encierra en su corto ciclo un misterio entero, y en el jardín nunca estamos muy lejos de la muerte, más fertilizadora, más buena, más creativa”.
(Fast-forward: En ‘Diario a los setenta’ profundizará en esta idea al decir que envejecer bien tiene algo que ver con seguir vinculado a la tierra).
Rewind: En las páginas de ‘Diario de una soledad’—que escribe a lo largo de un año— elogia su soledad, que es una decisión tomada, la forma de vida que eligió. Dice: “El valor de la soledad, bueno, uno de ellos reside en que cuando estamos a solas obviamente no hay nada que amortigüe los ataques que afloran desde dentro, al igual que no hay nada que ayude a equilibrar los momentos de especial estrés o depresión”. Todavía busca desapegarse de una relación que le causa dolor. Es la soledad, entonces, una proclama por la búsqueda de un equilibrio que todavía no llega.
Mientras tanto sigue escribiendo. Construye su soledad también para ampararse de un mundo que le resulta cada vez más hostil. Un espacio donde recargar fuerzas sin ser indiferente a las injusticias sociales. Trabaja en novelas y en poesía. Completa la idea del cuarto propio de Virginia Woolf agregando la necesidad de contar no solo con un espacio propio sino con tiempo para escribir, cosa que empieza a lograr en la casa de Nelson, aunque a veces se sienta interrumpida/invadida por visitas esporádicas, gente que leyó sus libros, y entonces le toca timbre para sentarse a charlar.
El tiempo de este diario es el tiempo del desapego para encontrarse, atravesada por la lectura de Jung, con su propia oscuridad.
En ‘La casa junto al mar’ se la nota a Sarton disfrutando de su soledad. Dejó atrás Nelson, y ahora en su nueva casa, encuentra en el mar y en su rutina doméstica y laboral una fuerza apaciguadora que le devuelve la calma. Teme de la soledad, eso sí, la posibilidad de accidentarse y que no haya alrededor nadie para ayudarla, un pensamiento que aparece en sus distintos libros cada tanto. Registra en este diario su cumpleaños número 64, el que considera, el mejor cumpleaños de su vida. Y si bien se siente por momentos abatida al acompañar a Judy Matlack—quien fuera su pareja durante 13 años y después su amiga— en su tránsito hacia la senilidad, se rodea de otra gente de su edad que le permite pensar el comienzo de su vejez como una etapa prometedora. Piensa en el dolor como crecimiento espiritual, un crecimiento que conlleva también la aceptación de lo no reversible, como la muerte de personas queridas más grandes que ella, como sus padres, quienes tampoco están más.
Esta frase me conmueve:
“El patrón básico de la vida cambia drásticamente cuando no queda nadie que nos recuerde en nuestra infancia”.
‘A los 82’, el último diario que se publica, nos muestra a May Sarton todavía activa, escribiendo cartas, yendo a presentaciones de obras de teatro basadas en sus libros, buscándole la vuelta para seguir escribiendo su diario aunque el cuerpo le tiemble y ya su letra se vuelva ilegible. Graba, entonces, sus entradas de diario para que después su amiga Susan la ayude a transcribir. Piensa en sus padres que murieron a los setenta y pico, y dice, no conocieron la verdadera vejez. Le duele el cuerpo, le falla la memoria. Y aun así hace chistes al respecto y sigue con sus cosas. Lee mucho. Lee diarios de autoras que registran la vida a los setenta, a los ochenta, incluso a los noventa años.
Sus amigos comienzan a morir y ella registra sus muertes en el diario, casi como en una enumeración, concentrada a la vez en su cotidianidad, en el clima, en el comportamiento del mar. La vida ahora es esto. Y mientras tanto sigue escribiendo, pelea con su editorial, va a la peluquería, piensa en las próximas cartas que tiene que escribir.
No está sola. Pasa sus últimos días rodeada de amigos que se encargan de que no le falte nada. Entonces: construirse en la soledad sin olvidar los lazos que salvan.
Ya habiendo sobrevivido a un ACV, habiendo sido tratada por cáncer de mama, Sarton afirma estar transitando a sus 82 años su etapa final:
"Si puedo aceptar esto, no como una lucha por mantener mi ritmo anterior, sino como un tiempo de meditación en el que no necesito exigir nada de mí misma, solo vivir lo mejor posible y con la mayor conciencia, entonces podría sentir que me estoy preparando para una última gran aventura lo más feliz posible."
Sobre la escritura y la industria del libro
Además de tomar el concepto del cuarto propio de Woolf, Sarton reconoce que la publicación de los libros es, la mayoría de las veces, una cuestión de suerte. Que el éxito de los escritores también lo es. Por momentos se deprime no sintiéndose lo suficientemente exitosa, aunque después se reconforta pensando en la cantidad de cartas que recibe a diario de personas que no conoce y le cuentan cómo sus libros les cambiaron la vida.
Reconoce que gracias al Movimiento de liberación de las mujeres su obra logró mayor visibilidad. Pero también se queja del sistema aprovechándose del movimiento para publicar cualquier libro escrito por una mujer, que dice, conlleva a la publicación de materiales de mala calidad, disfrazados ahora de buena literatura.
Duda a veces de su poesía (confieso que lo poco que leí no me gustó).
A sus 82 años todavía reniega con Norton, su editorial. Se queja de la falta de publicidad de sus libros que deriva no solo en un descenso de las ventas, sino también en la falta de reseñas en los diarios. Eso sí: no se conforma con cualquier reseña, bulle cuando la persona que escribe sobre alguno de sus libros no leyó el resto de su obra.
Ella quiere trascender. Quiere que sus libros la sobrevivan. Después se acuerda de que el mundo se va a terminar, y entonces no habrá nunca más nada tangible y entonces busca el sentido en el ahora, técnica que aplicará no solo en relación a su escritura sino cuando cosas como hacer la cama o ponerse una camisa con botones empiecen a ser misiones (casi) imposibles.
Y sin embargo sigue escribiendo. Se emprende, para el final de sus días, en la tarea de escribir un libro sobre su gato. Las manos le tiemblan. Lucha contra su cuerpo, y aunque sea una o dos páginas por días, no para de escribir.
¿Qué sentí al leerla?
Un manifiesto de vida. Una compañera que me abrió las puertas a su mundo para mostrar que a veces —cuando la suerte acompaña, reconoce ella también— es finalmente, citando a Fito, una cuestión de actitud cómo elegir encarar el paso del tiempo. Quienes me conocen saben lo que me pesa concebir la vejez y la muerte, y libros así resultan ser una gran, grandísima compañía.
Para ir terminando, les comparto acá el documental World of light: A portrait of May Sarton, donde la podemos ver en su casa junto al mar y la podemos escuchar hablar de su forma de ver la vida y de concebir la escritura.
¡Que lo disfruten!
Aldana
Subrayados
“Señor da a cada cual la muerte que le es propia
El morir que de aquella vida nace
en la que tuvo amor, sentido y pena.
Pues solo somos la corteza.
La gran muerte que todos llevan en sí, es el fruto
en torno al cual da vueltas todo”
- El libro de horas, Rainer Maria Rilke
Ayer vi los diarios de Sarton en la FED y estuve a punto de llevármelo. Ahora esta reseña 😨
Leí hace poco "La casa junto al mar" atraída por el título y porque adoro la escritura de mujeres solitarias. Pese a la gran sabiduría que transpira, me resultó demasiado racional y no conecté nada con él.