#10 Sobre las novelas de Agustín Conde de Boeck
Una lectura de las tres novelas de Agustín Conde de Boeck, publicadas por Nudista.
La primera vez que leí a Agustín Conde de Boeck en su faceta novelística –ya había leído su investigación sobre Marcelo Fox, escrita con Golosina Caníbal, quienes merecen, Marcelo Fox y Golosina Caníbal, un texto aparte–lo primero que sentí fue algo así como una invocación a E.T.A Hoffman y a su Hombre de Arena desde las entrañas de un español gestado entre un diccionario de palabras subrayables y el arrabal.
Las preguntas que vinieron rápido: ¿de dónde saca las palabras este pibe? ¿Desde qué tiempo escribe?
(Más tarde buscaría entrevistas que le hicieron y me encontraría con el autor diciendo cosas como:
“El anacronismo como método, pero cuyo resultado no es sólo desentenderse del tiempo, sino también invocar el fantasma de la vieja familia y revivir los perimidos pactos de sangre”).
Hay una sensación de estar leyendo un clásico cuando se atraviesan sus novelas. Podemos decir, como al principio, Hoffman. Lovecraft. Laiseca. Arlt. Marechal.
Entre el 2022 y el 2024 Agustín publicó tres novelas, editadas todas por Nudista y acompañadas por las ilustraciones de su hermano, Hernán Conde de Boeck, que son imprescindibles al momento de conceptualizar la obra en su conjunto.
Les comparto, entonces, un breve resumen de cada una, apenas unas líneas que den cuenta de las historias y las atmósferas que el autor genera.
En Nigredo nos encontraremos con una especie de autobiografía escrita por un hombre que se presenta al lector como estudiante de metafísica. Es en esta novela en donde el arrabal se siente en la voz del narrador. Hijo de inmigrantes italianos quedan muy pronto a su cargo su madre y su hermana luego de haber fallecido su padre en circunstancias que prefiero no spoilear pero que ya muestran el caracter tragicómico que envuelve su escritura. Después de noches de deambular por las calles de la ciudad un día el narrador encuentra dentro de un placard del conventillo donde vive un traje con una tarjeta con una dirección, a la que decide acudir. Llega así a la cantina ‘Breto y Formayo’, un “bolichón rancio en el barrio El Lobregal” en donde conoce a Buitrago, un tanguero que canta “tangos más siniestros que la peste”, tangos que no son tangos y que vienen de un Egipto antiguo y en los que “en su letanía acianurada se encuentra un arte casi ocultista”. Tangos que son “invocaciones, conjuros, hechicerías, sortilegios”. Para no explayarme mucho más: lo que viene es su iniciación en la metafísica, la ventriloquia para hablar con muertos, la hermana convirtiéndose en un “monstruo de sapiencia abstracta”, sus intenciones de salvarla que lo lleva a confiar en una ciencia destructora—en una cirugía le incrustan a la hermana una canilla en la cabeza para que pueda largar los deshechos neuronales hasta volverla un ente deprovisto de humanidad—.
Es sí, la escritura de Conde de Boeck una escritura de la metafísica —citando a Ligotti, una metafísica del caos y de la pesadilla—, del arte de lo oculto manifestándose para caotizar un orden que en su intento de reordenarse se absurda y se ridiculiza. Confieso reirme mucho en la lectura de sus libros, no sé si está bien, no sé si los estoy leyendo mal, pero no puedo evitar pensar en el autor diciendo a ver qué más puedo agregar, cómo enrarecer, y tal vez mi falta de lectura del género—si es que podemos encasillarlo en un género— o mi falta de marco teórico hace que viva la lectura como una constante sorpresa, en la que festejo encontrarme con los escenarios que propone a través de un lenguaje que lo siento tan exquisito y tan argentino, una sensación tan única, que tuve, por ejemplo, cuando leí el Adan Buenosayres hace muchos años atrás (me deseo una relectura pronto).
En ‘La danza de los juguetes rotos’ el narrador nos contará la historia de su madre, quien durante años fue sometida a la violencia de su marido. Sumisa ella frente a todo y habiendo comenzado a retraerse cada vez más, minisculizándose, no habiendo funcionado ninguno de los tratamientos provistos por la ciencia tradicional, se inicia ella en el butoh, la danza japonesa a la que Conde de Boeck con su escritura provee de dotes sobrenaturales. El butoh como disciplina primero, como modo de ser después. Como canal para que caiga el disfraz humano y entonces se manifieste eso otro que se es. Animal. Monstruo. Muerto-vivo. (Pienso en Artaud y en el teatro de la crueldad).
Hay ya en estos dos libros un intento de salvación, la ciencia y la metafísica disputándose el terreno de la liberación y lo que resulta en los dos casos es algo atroz, algo fallido con lo que se tiene que aprender a convivir.
Después de haber leído estos primeros dos libros llego ya a ‘El estudiante de Gotinga’, sabiendo con qué me voy a encontrar. Con qué atmósferas. Con qué prosa. Con qué reincidencias. Vengo, entonces, al Estudiante de Gotinga como quien visita a un viejo amigo en su casa, y para lo que se sabe, hay que prepararse antes de llegar, para permanecer el tiempo necesario ahí y después poder salir invicto, que es salir sin la energía del otro alterando la propia. Les decía en las entregas anteriores: hay que hacerse el tiempo y el espacio para leerlo. Es decir, hay que prepararse para atravesar las densidades que el libro propone. Y escribo densidades y no quisiera que piensen en la palabra densidad como libro difícil sino como respiraciones ajenas que se impregnan en la piel de uno, succionadores de estados prelectura, vórtices que te meten de lleno en su universo, y que por mucha risa que mencioné anteriormente que haya, te vuelven testigo y partícipe de las fuerzas ocultas que imperan en sus páginas.
En esta tercera novela el narrador dice, a modo de prólogo, que se propone traducir un viejo cuento alemán que se titula ‘El estudiante de Gotinga’ y que ya en la mitad de la traducción se da cuenta de que no existe un cuento con tal nombre y lo que escribe, entonces es algo propio. Una vez más hay algo de eso que se encuentra en el medio de ser y no ser.
Como Gotinga, la ciudad protagonista de esta historia. Ciudad-trampa. Ciudad-putrefacta. Ciudad-réplica. Ciudad-fantasma.
Vuelvo, un segundo, a Nigredo y a este subrayado:
“Aparecían ciudades fantasmas cuyas crestas y chapiteles vistas desde un barranco lóbrego gritaban a viva voz no ser Buenos Aires, pero a la vez, únicamente ser Buenos Aires”
Porque las ciudades, en el universo de Conde de Boeck son ciudades deliradas, la noche espesándolo todo. Ciudades espectrales. Me pregunto: ¿qué espectra a una ciudad? (Pienso en la Bucarest nocturna de Cărtărescu, aunque los sentidos espectrados difieran).
Un estudiante de medicina que atiende a los marginados de Gotinga en un protomedicato. Los marginados como marionetas rotas, “monigotes limosneros”. El estudiante duda de si Gotinga es Gotinga. Si acaso es otra Gotinga. El director del protomedicato: El doctor Von Pestozzi, una figura misteriosa, un especialista en revivificación, que va cobrando fuerza sobrenatural con el pasar de las páginas. Su hija: Rattaenferma, con quien nuestro estudiante entabla una relación para descubrir en ella el experimento metafísico que abre la puerta al horror. Demiurgia. Un circo ambulante de personajes desdichados que en sus deformidades y tragedias encuentran excentricidad.
Para el final del libro escribirá sobre Von Pestozzi:
“Eso era él: un marionetista que había buscado mover y dirigir los hilos de todos, pero cuya experiencia le había demostrado que, si uno es un único marionetista gobernando demasiados destinos, los hilos se enredan y ya ni siquiera el más mentado en este arte prestidigitador y macaneador podrá desenmarañar el revoltijo y al timador solo le queda desertar volando, visto será”.
Pido disculpas si me explayé mucho esta vez y si este texto no rinde justicia a la experiencia de lectura que los libros de Agustín Conde de Boeck invitan. Resulta a veces más difícil escribir cuando el autor no solo es contemporáneo a uno sino cuando no hay todavía consensos masivos articulados en torno a su obra que le den a quien escribe sobre ella, la pauta de si la lectura que se está haciendo es correcta o no.
Es honestidad hablar de estos vicios propios también como leer qué se escribió de un libro antes de sentarse a escribir la propia lectura.
En tal caso, puedo decir, escribí desde la absoluta experiencia de lectura individual. Desde el ojo lector que se permitió disfrutar y armar sus propias conclusiones, reconociendo que futuras relecturas podrán revelar distintos sentidos hoy esquivos.
Ojalá puedan acercarse a sus libros, que son mucho mejores de lo que pude intentar explicar acá.
Algo es seguro: van a encontrarse con una voz distinta, con argumentos, una escritura quimérica, formas y léxicos muy diferentes a lo que nos tiene acostumbrado la industria editorial mainstream de hoy.
Y eso ya hace que valga la pena leerlo.
¡Cuéntenme si lo leyeron!
Ya me has dado ganas de leerlo, así que supongo que misión cumplida!
Gracias por despertar curiosidad por conocer a este escritor. Me parecen historias que nos pueden sorprender.